martes, 20 de abril de 2010

El punto de vista que importa.


Culpabilizar a otros de nuestras fallas siempre es una buena salida, una que resulta valida, cómoda y sencilla de tomar, cuando de “escurrir el bulto”, se trata. Resulta sencillo y especialmente conveniente vestirnos con un traje de luces cual toreros y empezar hacer filigranas al tiempo que esquivamos los conflictos o situaciones ásperas en nuestras vidas.

Recordemos aquel proverbial “la mujer que me diste por compañera me dio del árbol” y aquella aún mas célebre respuesta a la pregunta ¿Qué has hecho mujer? - “La serpiente me engaño y comí”. (Gen 3:13)

Tantas veces hemos leído ese pasaje de Génesis 3, y de manera casi automática comenzamos a mover la cabeza de un lado a otro mostrando nuestra desaprobación, indignación y juicio, ante lo que ahí sucede, le llamamos “La caída del hombre”, pero bien podríamos llamarle: “De cómo aprendimos a echarle el muerto a otro y no asumir responsabilidad alguna”

Minusválidos y disfuncionales.

La culpa es de los dos (que traducido es la culpa es tuya), es uno de los argumentos preferidos que se suele oír cuando nos involucramos en algún tipo de discusión o disputa. El adúltero dice: “Yo busqué en la calle lo que no tenía en la casa”, el violador es así porque sufrió abuso en su niñez, “el me pegó primero”, en fin, la espiral se extiende hacia arriba o hacia abajo según lo requiera, la confrontación.

Adán culpó primero a Dios, dijo: la mujer que TÚ me diste, entre líneas Adán dice si tú no me la hubieras dado, ella no habría existido por lo tanto, la culpa es tuya Señor, ¿Por qué lo permitiste?. Luego Adán sin pensarlo dos veces, no le faltó tiempo para acusar a su ayuda idónea, con tal velocidad sacó el dedo que por poco se lo fractura. Pero sin tomar responsabilidad mas allá de “haber sido sorprendido en su buena fe”.

Quizás hoy día, Adán y Eva hubieran acudido al terapeuta y de seguro su conclusión habría sido: Ninguno tiene la culpa, eso venia en los genes. Pues hoy día todo viene en los genes. Seguimos echándole la culpa a Dios.
La decisiones que tomamos, a menudo se las achacamos a otro, habrá alguien que diga: Yo soy así, por culpa tuya, yo era tan bueno, tan amoroso, entregado y dócil, más humilde y modesto que yo ninguno. Por lo tanto, como es tu culpa, no me digas más. Y déjame a mi con mi amargura y mi soberbia en paz, ya veré cuando se me pase.

Otro mas osado dice: No tengo nada de que arrepentirme, yo no hice nada malo, no maté, no robé, no violé. Sigo siendo el mismo, sin culpa y sin vergüenza alguna.

Mentiras, engaño, sentimiento de culpa, diferentes motivaciones pero una misma conclusión: “La culpa es de alguien más”.

Y de esa forma, seguimos adelante como Israel en el desierto, hacía adelante pero sin avanzar, caminando sin llegar. Soldados de muchas batallas pero sin victorias, veteranos de las excusas. A veces cínicos a veces en soberbia y en amargura de corazón. Cristianos minusválidos con mentes y corazones disfuncionales a los ojos de Dios.

Opiniones.

Las opiniones son como los corazones, cada quien tiene uno, pero el Apóstol Pablo nos exhorta “Unánimes entre vosotros, no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión” (Rom 12:16). Quizá esto te lleve a pensar, ¿entonces mi opinión ni cuenta, siempre estoy equivocado?, quizá realmente la cuestión no es si estás equivocado sino en que no siempre tienes la razón. ¿Y como lo sabrías si tu actitud es: Si, si… está bien, tú tienes las razón? Que no es otra cosa que la versión revisada y parafraseada de “Digas, lo que digas, yo tengo la razón y punto”.

Conviene recordar que el único dueño de la verdad es el Autor de ella. Y algo maravilloso ocurre con la verdad y es que creas o no en ella, la verdad sigue estando ahí. Aquel, que es Fiel y Verdadero no deja, ni dejará de serlo porque tu o yo, opinemos que El no está.
Dios es quien conoce al hombre, aún mejor que el hombre mismo, nuestro corazón fue creado y diseñado por Dios, para ser lleno con la justicia, la verdad y el amor por nuestro Creador. Pero generalmente, lo transformamos en un recipiente de dolor, angustia, amargura, sentimientos y emociones que vienen a ser el resultado del camino andado.

La elocuencia del Espíritu Santo es admirable: “11.El consejo de Jehová permanecerá para siempre, los pensamientos de sus corazón por todas las generaciones… 14. Desde el lugar de su morada miró sobre todos los moradores de la tierra. 15. El Formó el corazón de todos ellos, atento está a todas sus obras.” (Salmo 33: 11 y 14)

¿Qué opina Dios?

Si oyeres hoy su voz no endurezcas tu corazón. Tenemos libre albedrío, si y podemos usarlo para caminar en la necedad y terquedad, derrochar nuestra herencia como el hijo pródigo. Ir de aquí para allá como barco sin ancla ni timón. Nuestras opiniones pueden ser de muchas formas y matices, hay quien pone dioses ajenos en el altar, algunos de yeso otros de carne y hueso. Adoración mixta, heterogénea, de inclusión, tolerantes y nunca radicales, ecumenismo. Todos somos pastores, todos somos profetas.

Diversos enfoques humanos, pero al final si tú eres un hijo de Dios, el enfoque que debe importarte es el de tú Padre, porque ¿quién es más sabio que el que inventó la sabiduría?. Quizás debemos hacer un alto en este vertiginoso ritmo y preguntarnos como lo hizo el santo Job “Oye, te ruego y hablaré; Te preguntaré y Tú me enseñarás.” (Job 42:4)

El cambio, la rectificación empieza en el momento en que nos despojamos de aquel traje de luces, presentándonos sin las hojas de higuera, que no alcanzan a cubrir nuestras culpas, nuestro enojo o nuestro dolor. En humildad en absoluta rendición, desnudos tal y como nos ve Dios, ese es el punto de vista que realmente importa.