Quiero hoy compartirles acerca de un sueño que tuve hace unos meses atrás. El cual tengo presente desde entonces y muchas veces me hace considerar dos veces lo que voy a hablar.
En el sueño, me encontraba en una congregación muy querida, disponiéndome a predicar. Estaba presto, listo el mensaje, listo todo. Me acompañaba una hermana en Cristo a quien respeto mucho, por su disposición a ser usada por el Señor.
Durante aquel sueño, yo recorría con mi vista todo el auditorio observando a los asistentes, y entre ellos podía ver a esos hombres que en mi juventud, eran para mi, gigantes espirittuales, líderes inalcanzables, ancianos de la iglesia de la cual, era yo miembro en aquel momento.
Recuerdo que en el sueño ponía mi mano sobre el hombro de un hermano en especial, uno al que particularmente tenia y aun hoy tengo en alta estima. Y pensaba (en el sueño), vaya honor éste que tengo hoy al predicarle a este hombre. Y pasando la mirada por toda la sala me sentía satisfecho, con aquella sensación de logro, pero en silencio, contemplando todo el salón.
Muy sonriente, emprendí el camino al púlpito, cerca del cual me esperaba la hermana que mencioné al principio. Tomando "mi lugar" me dispuse a iniciar mi predicación. Pero no alcancé pronunciar palabra. Antes de que pudiera decir nada, se levantó una persona, un hombre, en medio de la congregación a quien no reconocí en el sueño, y sus palabras fueron lapidarias. Dijo algo como esto:
- ¿Tú me vas a predicar a mí?. No lo creo.
- Yo no voy a permitir que alguien como tú, me venga a decir nada a mí. Tú no eres nadie, no eres digno, y no te voy a escuchar.
Dicho esto, se dirigió hacia la puerta y salió, y trás él muchos otros, y la sala quedó con casi vacía con apenas unas pocas personas.
Me quedo impávido, asombrado no pronuncié palabra. Y veía a aquella hermana, frente a mi que inexplicablemente estaba llena de paz, calmada. Pero en mi mente, oraba y le preguntaba al Señor, - ¿Por qué? ¿Por qué pasó esto?. La voz clara del Señor se dejó oír.dijo.
- Porque lo que tu traías no venia de mi, sino de ti.
Pero mientras pasaba las hojas de mi libreta, se levantó una mujer desconocida para mi, que estaba en primera fila entre las personas que quedaron en el salón y dijo:
- ¿Por qué no predicas acerca del olivo?.
Sin embargo no usó la palabra olivo, sino la palabra en griego, la cual nunca en mi vida había oído antes. Pero que al despertar busqué y recuerdo que resultó ser la misma usada en la Biblia , en griego para referirse al árbol de olivo.
Por supuesto que esa mañana lo primero que hice fue tomar nota de aquello del olivo, y empezar a buscar todo del acerca de él, cosas importantes, impactantes pero que en otro momento compartiré, pero no ahora. Ese día me avoqué a buscar a investigar, y llegué emocionado a compartir con mi pastor quien también es mi amigo, todo lo que había soñado y el fruto de aquella investigación y todo lo que me había mostrado el Señor ese día.
El me escuchó pacientemente, y me dijo, sabiamente: - Sí es tremendo todo eso del olivo que me compartes. Pero dime algo, ¿que piensas tú de eso que te dijo el Señor en el sueño, eso de que hablaras lo que venía de Él?
Fue entonces cuando lo comprendí, el Señor me estaba diciendo algo y yo nuevamente estaba oyendo otra cosa. Ahí me di cuenta de que había cierto “ruido” que no me dejaba escuchar lo que Dios estaba hablándome.
En ocasiones estamos tan ocupados en tomar nota de lo que oímos que no nos damos cuenta que estamos anotando lo que está en nosotros, que estamos aprendiendo con la mente y no con el corazón. Que estamos teniendo comunión con otras cosas y no con nuestro Señor.
A veces racionalizando todo, o buscando aplicación en otras personas de lo que escuchamos pero no en nosotros mismos. Y tal vez, si ponemos atención, es posible que nos sorprendamos a nosotros mismos intentando ser más humildes, que el más humilde de los hermanos. Y diciendo mírame yo si que soy humilde de verdad; Instrumento útil; vaso de honra; ese soy yo.
Es el momento de entregar el gobierno al Dueño de la Iglesia , que sea Él quien diga los mensajes, y no que seamos nosotros, quienes le presentemos los mensajes para que El los bañe con la unción. Y decirle después que se siente a escuchar lo bien que predicamos, lo histriónicos que podemos ser e impresionarlo con cuantas personas podemos convencer a unírsenos. Que se deleite El, mientras nos ve haciendo nuestros “cierres”. Esta relación opera al contrario, el te unge para que prediques, no unge lo que tu predicas.
Llegó la hora de poner más atención a lo que Dios nos habla, y en especial a lo que estamos llevándole al pueblo de Dios, diciendo que en su nombre, pero que tal vez esta saliendo de nosotros mismos. “Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones…” (Heb 3:15)
Tendremos que recordar que nosotros somos tan solo vasos de barro y que la excelencia es puesta en nosotros por Dios mismo, nuestro Señor. Nosotros somos portadores de la unción, no la unción misma. Aprendí hace poco, que el llamamiento es para siempre, pero la unción se puede perder. Veamos la historia de Saúl. La unción hay que cuidarla, protegerla, no sea que se nos ponga rancio el aceite, que caiga alguna mosca en el perfume, y ya no sirva para ungir a nadie.
“ Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Corintios 4:7)
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