Muchas veces escuchamos palabra de
Dios, palabra que es para nosotros, que nos incumbe y debería afectarnos
profundamente. Pero nuestra actitud, en ocasiones simple, en otras,
irreverente y en franca rebeldía, hace que esas palabras se deslicen en
nuestra gruesa piel y caigan a tierra.
Esa grosura es el resultado de
aquello que hemos vivido y como nos han formado
en nuestra vida, Pablo le llama nuestra vana manera de vivir que
heredamos de nuestros padres. Paradigmas, personales y/o religiosos
pueden estar impidiendo la obra de Dios en nuestras vidas aun sin
percatarnos de ello, nos volvemos ciegos y amantes del espíritu de
estupor.
Tenemos que arrepentirnos, despojarnos y renunciar a todo eso.
David, un hombre de Dios, cayó en cuenta de esto y clamó al Señor, una y
otra vez:
"Escudríñame, oh Jehová, y pruébame; Examina mis íntimos pensamientos y mi corazón." (Salmo 26:2)
"Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis
pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el
camino eterno. (Salmo 139:23-24)
"¿Quién podrá entender sus propios
errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo
de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y
estaré limpio de gran rebelión. (Sal 19:12 -13)
Al final...
"lo
oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el
rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre
vosotros." (1Corintios 14:25)
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